1 de agosto de 2012

ESTO TAMBIEN PASARA



Hubo una vez un rey que dijo a los sabios de la corte:

- Me estoy fabricando un precioso anillo. He conseguido uno de los mejores diamantes posibles. Quiero guardar oculto dentro del anillo algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación total, y que ayude a mis herederos, y a los herederos de mis herederos, para siempre. Tiene que ser un mensaje pequeño, de manera que quepa debajo del diamante del anillo.
Todos quienes escucharon eran sabios, grandes eruditos; podrían haber escrito grandes tratados, pero darle un mensaje de no más de dos o tres palabras que le pudieran ayudar en momentos de desesperación total. Pensaron, buscaron en sus libros, pero no podían encontrar nada.

El rey tenía un anciano sirviente que también habí­a sido sirviente de su padre; La madre del rey murió pronto y este sirviente cuidaba de él, por tanto, lo trataba como si fuera de la familia.El rey sentí­a un inmenso respeto por el anciano, de modo que también le consultó, y éste le dijo:

-No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje. Durante mi larga vida en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una ocasión me encontré con un místico. Era invitado de tu padre y yo estuve a su servicio. Cuando se iba, como gesto de agradecimiento, me dio este mensaje

El anciano lo escribió en un diminuto papel, lo dobló y se lo dio al rey.

- Pero no lo leas -le dijo- mantenlo escondido en el anillo. ábrelo sólo cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no encuentres salida a la situación.

Ese momento no tardó en llegar. El paí­s fue invadido y el rey perdía el reino. Estaba huyendo en su caballo para salvar la vida y sus enemigos lo perseguí­an. Estaba solo y los perseguidores eran numerosos. Llegó a un lugar donde el camino se acababa, no había salida: enfrente habí­a un precipicio y un profundo valle; caer por él serí­a el fin. Y no podí­a volver porque el enemigo le cerraba el camino. a podí­a escuchar el trotar de los caballos. No podí­a seguir hacia delante y no habí­a ningún otro camino. De repente, se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró un pequeño mensaje tremendamente valioso. Simplemente decí­a: "ESTO TAMBIEN PASARA".

Mientras leí­a "esto también pasará¡" sintía que se cerní­a sobre él un gran silencio. Los enemigos que le perseguí­an debí­an haberse perdido en el bosque, o debí­an haberse equivocado de camino, pero lo cierto es que poco a poco dejó de escuchar el trote de los caballos. El rey se sentí­a profundamente agradecido al sirviente y al mí­stico desconocido. Aquellas palabras habí­an resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a ponerlo en el anillo, reunió a sus ejércitos y reconquistó el reino.

Y el día que entraba de nuevo victorioso en la capital hubo una gran celebración con música, bailes... y él se sentía muy orgulloso de sí­ mismo. El anciano estaba a su lado en el carro y le dijo:

-Este momento también es adecuado: vuelve a mirar el mensaje.

-¿Qué quieres decir? -preguntó el rey-. Ahora estoy victorioso, la gente celebra mi vuelta, no estoy desesperado, no me encuentro en una situación sin salida.

-Escucha -dijo el anciano-: este mensaje no es sólo para situaciones desesperadas; también es para situaciones placenteras. No es sólo para cuando estás derrotado; también es para cuando te sientes victorioso. No es sólo para cuando eres el último; también es para cuando eres el primero.

El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: "Esto también pasará¡", y nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio, en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba, pero el orgullo, la egolatrí­a, habí­a desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Entonces el anciano le dijo:

-Recuerda que todo pasa. Ninguna cosa ni ninguna emoción son permanentes. Como el dí­a y la noche, hay momentos de alegrí­a y momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza porque son la naturaleza misma de las cosas.

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